Las gotas de rocío no hacían más que incordiar...caían y caían...sin dejar que mi mente se apagara en el silencio.
Ni siquiera estando sola conseguía pararlos.
Esos pensamientos rondaban sin cesar por mi cabeza, ocultando una realidad mucho más cruda y perversa.
Desde hacía ya unos años, mi abuela me había dejado al cargo de su casa cada vez que se marchaba a la ciudad. Cualquier otra chica de mi edad hubiera utilizado la casa para dar una fiesta, traerse a su pareja para hacer travesuras o incluso se habría pasado los días viviendo cual mona chita recién llegada al mundo.
Pero la desnudez no era lo mio.
Simplemente quería descansar, descansar de un mundo agotador que la iba consumiendo poco a poco.
-¿Y ahora qué?
-Bueno...tal vez sólo quede esperar.
-¿Esperar a qué?
-En primer lugar, a que dejes de hacerme tantas preguntas. Y en segundo... bueno, en realidad no hay un segundo.
-¿Y se supone que tú eres el ser más inteligente de la historia?
-Sí
-¿Sí...?
-Sí...o al menos, más inteligente que tú.
-¡Oye! ¿Y eso por qué?
-Porque a mi nunca se me ocurriría hablar conmigo misma.
-No hablo conmigo misma...
-No...hablas con la Muerte.