Hay momentos en los que sé quién soy. Mi mente se queda en blanco, saboreando hasta el último ápice de descanso. Esos son para mí los buenos momentos, los que me obligan a no pensar en nada, los que me obligan a sentirme a salvo.
Nada más volver a la realidad, mis ojos desean echarse a llorar. Un recuerdo desgarrador, un recuerdo sangriento…ninguno que no me llene de dolor, ninguno que no me llene de lamento.
Los buenos momentos se guardan en mi cabeza como simples actos del pasado, como si yo no hubiera vivido, sentido o amado. ¿Acaso me ocurre algo malo o simplemente mi mente se encuentra como un cadáver desferetrado?
Mi desesperación me desalienta, cada día más velozmente, pues sé que hasta que no sea capaz de sentirme realmente feliz, no podré olvidar los devastadores sucesos que acaecieron mi pasado. Aquellos que me convirtieron en un ser triste y cabizbajo. Aquellos que me convirtieron en un corazón hueco y desamparado.
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