domingo, 3 de julio de 2011

Salida Desenfrenada (1 Parte)

Los Solitarios
(Rebecca y Samuel)

La luz del nuevo día apenas empezó a entrar en el cuarto. La oscura y austera habitación de la joven gótica, que descansaba bajo las sábanas del color de la sangre, empezó a iluminarse de forma silenciosa y tranquila.
La chica se había quedado dormida con el maquillaje aun presente en su rostro blanquecino, y el rímel casi le llegaba a la comisura de los labios tras haberse pasado la mayor parte de la noche llorando en silencio. Su pelo negro y largo se extendía por la almohada como si de un rio negro se tratase. Lo único que podía delatar su pasada felicidad eran unas pequeñas cejas del color del trigo que se fruncieron cuando un rayo de luz le dio directamente en sus párpados.
Sus ojos se fueron despegando poco a poco, y tras esa sombra de ojos morada, se pudieron ver unos hermosos ojos verdes que se encogieron como gatos a causa de la luz de la mañana.
Aun sin estar presente en la habitación, paso su mirada por esta, que antaño estuvo decorada de tonos rosados y lilas, que ahora tan vomitivos le parecían.
Tanteo sin mucha suerte buscando el despertador en forma de araña. Pero no lo encontró por ninguna parte…entonces, sintió una vibración bajo un montón de ropa que no recordaba haber colocado en una esquina de la habitación. Se levantó con torpeza y casi se tiró a por el extraño aparato que sonaba bajo las ropas.
Sus ojos se abrieron como platos dejando ver una mirada de furia y frustración. Su despertador de araña llevaba más de media hora sonando y marcaba las seis y cuarto. Dentro de veinte minutos salía el avión de camino a las montañas nevadas del oeste y sabía que con el coche al menos tardarían quince minutos en llegar.
-¡SAMUEL!
Samuel, que se encontraba plácidamente dormido con la baba colgando de su boca, despertó bruscamente tras oír como la histérica de su hermana gritaba su nombre.
Levantó la cabeza aun inconsciente y su pelo largo y castaño parecía más un nido de pájaros que una cabeza de un chico de diecisiete años. Tras no oír nada más, creyó que era un sueño, ya que su hermana lo visitaba a veces en sus más oscuras pesadillas, y se echó de nuevo en la cama…
¡BOOM!
La puerta de su habitación se abrió de golpe y chocó contra la pared ruidosamente.
Samuel, al mirar hacia la puerta, se encontró con la silueta oscura de su hermana Rebecca que lo miraba con unos amenazantes ojos verdes (que en ese momento lanzaban chispas rojas). De la garganta del pobre Samuel solo pudo salir un extraño alarido que podría confundirse fácilmente con el chillido histérico que surge de la garganta de una mujer hiper-mega-pija tras haberse roto una uña.
-¿Pero tú eres imbécil o qué? ¿Sabes la hora que es?- A Rebecca le salía humo.
-Pues…emm… ¿La hora de mi muerte?- Samuel sonrió tímidamente, pero se le borró la sonrisa de la cara cuando supo a que se refería su hermana.- Pensé que te haría gracia…Tu te levantas con nada y ese chisme siempre da el coñazo cada vez que suena.
-No, mentira, no eres imbécil, eres subnormal profundo. Tenemos cinco minutos para salir de casa o si no perderemos el avión.- Rebecca miró a su alrededor y se llevó una mano a la nariz para intentar no desmayarse del olor.- Y por favor, abre la ventana antes de irnos, tu habitación apesta a bicho muerto.

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