Hace unos días, mientras quitaba el polvo de unas estanterías, encontré dos pequeñas máscaras, ambas adquiridas por mí ya hace tiempo, en un famoso puente de Venecia.
Al principio estas máscaras me trajeron buenos recuerdos; el viaje, la gente, la comida… pero luego el recuerdo rozó un trasfondo que ocultaba una verdad incierta.
La razón.
La razón por la cual yo adquirí esas dos máscaras. Dos mascaras diferentes en su aspecto, pero no en sus materiales. Una con motivos florales y otra con hojas de diferentes insinuaciones. Azul y naranja. Oro y Plata…
Tantas otras que había en la tienda… ¿Por qué tuve que elegir esas?
Estuve cavilando varios minutos hasta dar con la escena que buscaba…
Nada más entrar en la tienda, todo el mundo daba vueltas y vueltas como locos para encontrar una máscara para su madre, para su hermana, o para ellos mismos. Tenía que ser la más bonita (lo que no quería decir que tuviera que ser la más cara).
Pero yo, como siempre, me di un pequeño paseo por la tienda, mirando cada una de las máscaras, con lentitud y parsimonia. Había de muchos tamaños y colores, desde pequeñas máscaras que cabían en la palma de una mano, hasta tan grandes que la persona más cabezona que conocieras podría sentirse micro-cefálica con ella puesta.
Al final no me decidí por ninguna, así que espere a mis acompañantes fuera de la tienda. Allí me entretuve observando a los transeúntes que subían y bajaban por aquellos extraños escalones que formaban parte del puente.
Diez minutos más tarde, cansada ya de esperar. Me volví a acercar a la tienda, pero no llegue a entrar. Me percaté de que a los lados de la “puerta”, había dos pequeños mostradores, uno enfrente del otro, que exponían varias de las máscaras más pequeñas, sin embargo, estas estaban hechas de escayola.
Estas me llamaron más la atención que las máscaras en sí, pues las de escayola tenían grabados mucho más hermosos y delicados que las otras, hechas para ocultar el rostro de algún desafortunado, siglos atrás, en las fiestas del carnaval.
No tenía ni idea de cuál escoger, así que me aparte un poco y las mire desde la lejanía, para ver cual me llamaba más la atención… pero no fue una la que me llamó la atención…fueron dos.
Ambas se encontraban a la misma altura y ninguna de ellas se encontraba bien colocada. Miraban hacia los lados, como si no fueran capaces de quedarse derechas. Y yo, como no, intenté ponerlas bien (manías de cada uno).
Me resultó una tarea ardua y poco productiva, ya que ninguna daba su brazo a torcer.
Acabé por sostenerlas, una en cada mano.
Ninguna me resultó muy alegre, la verdad. Sí, eran hermosas…pero…no sé…parecían llorar.
Entonces mi mente hiló una historia. Una historia de dos amantes, dos amantes que no saben que se aman, dos amantes que siempre van juntos, dos amantes que nunca podrá estar cara a cara.
Porque siendo sinceros. Por mucho que lo intentes;
Aunque cuelgues dos máscaras una junto a la otra…
Nunca podrán mirarse a la cara…
Aunque cuelgues dos máscaras una frente a la otra…
Nunca podrán estar juntas…
Pues por muy cercanas que sean nuestras paredes…nunca lo serán tanto…como para sostener tu mirada…mientras nuestros labios se funden… con apasionada elegancia…
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